Las tormentas vienen cuando uno menos se lo espera.
Podemos ver los indicios en el cielo, en esas nubes grises que lo encapotan, como un velo que se cierne sobre nosotros atrapándonos en sus brazos y dejándonos a su merced, porque no podemos huir, no podemos escondernos de la naturaleza y del efecto que esta tiene en nuestras vidas.
Otra de las formas que tenemos para saber si se avecina una tormenta, es a través de nuestras mascotas o incluso de nosotros mismos. Los seres vivos somos capaces de sentir en nuestra propia piel el cambio de energía que se produce a nuestro alrededor, porque todo cambia, se modifica, para conseguir algo que tenemos tan asimilado, pero que es tan mágico, como que caiga agua del mismísimo cielo.
Pero, la manera más fácil de saberlo, si a pesar de todos los indicios anteriores no nos damos cuenta de lo que está sucediendo, el mar nos mostrará la respuesta. El mar y el cielo están conectados, tienen un vínculo especial que muchos ignoramos y es que cuando el cielo cambia de color, el mar también lo hace, cuando el viento azota las fachadas de los edificios, azota a su vez las olas del mar, las altera, las transforma.
Cielo y tierra están conectados, y todos los seres que viven en ellos. Quizás por eso, a pesar de no estar diseñados para vivir en el agua, nos atrae tanto, nos embruja.
Esta obra muestra un mar agitado, en tonos más grises, que reflejan con exactitud el aspecto que adquieren las aguas cuando se avecina una tormenta y de ese modo también refleja la belleza que se encuentra tras esa agresividad que tienen las olas al chocar contra las rocas.
Es hermoso, y es imprescindible tener una obra como este Cuadro marina pintado a mano. Que destaca no solo lo caótico de la naturaleza, sino la dualidad que existe entre la calma y la tormenta.
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